Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

De Canterbury a Roma – Así nació la Via Francígena

En la Biblioteca Británica hay un manuscrito del siglo X que ha cobrado especial relevancia en los últimos 40 años. Se trata del diario de viaje de un arzobispo sajón, Sigerico, desde Roma a su sede, Canterbury, en Inglaterra, en el año 990 de nuestra era. El diario, además, sólo cuenta el viaje de vuelta.

¿De dónde sale este manuscrito? Su historia es agitada. El famoso rey inglés cismático Enrique VIII, enfadado con Roma, ordenó suprimir monasterios y órdenes religiosas en 1541. Miles de manuscritos de inmenso valor fueron destruidos, o pasaron a manos privadas sin ningún control.

Pero hubo un hombre, anticuario y bibliotecario, que entendía perfectamente el valor del diario de Sigerico. Se llamaba Sir Robert Cotton, y dedicó su vida y patrimonio a reunir obras como Beowulf, Sir Gawain y el Caballero Verde, o los Evangelios de Lindisfarne, que de otra manera se habrían perdido para siempre. Sus herederos donaron la biblioteca de Cotton a su país: la tercera parte de la Biblioteca Británica está formada por esta portentosa colección.

La catalogación del manuscrito de Sigerico, a finales del siglo XX, permitió construir una base sólida para el trazado y reconocimiento oficial de una de las rutas de peregrinación más importantes de Europa: la Vía Francígena. En 1994, el Consejo de Europa la reconocía como un Itinerario Cultural Europeo.

 

pilgrims leaded to Rome
Catedral de Fidenza (provincia de Parma): bajorrelieve con peregrinos camino de Roma, situado a un lado del campanario derecho. Siglo XII.

 

¿El itinerario es “de” Sigerico?

El que se le llame “Itinerario de Sigerico” ¿significa que Sigerico “inauguró” la Via Francígena, como hizo Alfonso II con el Camino Primitivo de Santiago? La verdad es que no. Sigerico no fue un “precursor”.

En realidad, su diario de viaje ha permitido volver a trazar un itinerario muy transitado en su época y olvidado después, cuando el nacimiento de las naciones modernas, las guerras religiosas, el racionalismo y la ilustración empujaron a las peregrinaciones a siglos de olvido.

Como explica Veronica Ortenberg, medievalista de la Universidad de Oxford, en la Inglaterra anterior a la conquista normanda (1071), las peregrinaciones a Roma por parte de los anglosajones eran extraordinariamente populares. Se conocen muchos nombres de peregrinos célebres: san Dunstán, monjes como Benito Biscop y Wilfredo de York, reyes como Caedwalla de Wessex y muchos otros. Beda el Venerable escribió:

“Nobles and commoners, laity and clergy, men and women, spent some time in Rome.” (Nobles y plebeyos, laicos y clérigos, hombres y mujeres, pasaban algún tiempo en Roma).

 

Era tradición, además, partir desde Roma hacia Jerusalén para completar la peregrinación con la visita a los lugares vinculados a la vida y muerte de Jesús.

En concreto, la que hoy conocemos como Via Francígena no se llamó así hasta el siglo IX, según documentos de la época. Antes se la conocía como Vía Lombarda y también como Chemin des Anglois, el “Camino de los Ingleses.” En ese entonces, la Via no terminaba en Roma, sino que llegaba hasta Apulia, donde los aguerridos peregrinos medievales embarcaban hacia Jerusalén.

Canterbury pilgrims
Los peregrinos de Canterbury, de Chaucer. Grabado en cobre impreso sobre papel. William Blake (1810)

“Ad Limina Apostolorum”

A diferencia de Santiago de Compostela, que se convirtió en meta de peregrinación desde el descubrimiento de las reliquias en el siglo IX, las peregrinaciones a Roma son una constante desde la Antigüedad tardía. Los “lugares de los Apóstoles”, las tumbas de san Pedro y san Pablo, eran destinos predilectos.

Pero para los obispos cristianos de ciudades importantes había una razón especial más que les obligaba a viajar ineludiblemente a Roma. Hoy como ayer, el nombramiento como obispo metropolitano va acompañado de una imposición del “palio”: una especie de paño de lana con cinco cruces, de manos del propio Papa.

Miniature of an archbishop of Canterbury, probably Anselm (11th century). He carries the pallium on his shoulders. Oxford’s Bodleian Library

Ese palio es imprescindible: simboliza la dignidad episcopal y la comunión con el Sucesor de Pedro. Desde el siglo VI, un arzobispo no podía ejercer su ministerio sin haberlo recibido. Para Sigerico, nombrado arzobispo de Canterbury, la sede más importante de Inglaterra, el viaje era ineludible.

Pero lo que ahora se resuelve en un cómodo viaje en avión, en la época de nuestro Sigerico suponía un difícil viaje por las llamadas “vías romeas”, que no eran más que los viejos caminos del Imperio Romano (y que como todo el mundo sabe, por el conocido refrán, llevaban a Roma).

Así que era bastante habitual (como lo es ahora) encontrar a monjes, obispos y arzobispos de todo el mundo conocido en la Ciudad Eterna, aprendiendo a celebrar la liturgia, pidiendo consejo al Papa del momento o intentando hacerse con alguna reliquia para llevar a su país. La única novedad fue que a Sigerico se le ocurriera dejar constancia de las etapas de su camino –y que este texto haya llegado hasta nosotros.

 

Canterbury Cathedral

 

Entrada también disponible en: English Italiano

Deje un comentario