En febrero de 2024, un grupo de peregrinos acudió a Roma para pedir formalmente al Papa que impulse la causa de beatificación de la reina Isabel I de Castilla, llamada «la Católica», considerada la monarca más importante de la historia de España, aunque su reinado, como todo, tuvo sus imperfecciones. El hecho de que se organizara una peregrinación a la santidad arroja luz sobre una de las facetas menos conocidas de esta singular mujer.
La célebre reina española (1451-1504) ha sido estudiada por prácticamente todo tipo de expertos. Fue una estratega política y reformadora, y la principal promotora de los viajes de Colón a las Américas. Pero hay un aspecto menos conocido de su personalidad que sigue siendo algo desconocido: sus constantes visitas a lugares considerados sagrados. Fue, en definitiva, una reina peregrina.
Peregrinación a Santiago de Compostela
En 1486, en plena guerra de Granada, Isabel la Católica emprendió con su esposo uno de sus viajes más significativos: la peregrinación a Santiago de Compostela. De ella sabemos cómo fue casi día a día, gracias a dos documentos de gran valor: las crónicas de Hernando del Pulgar, y los cuadernos del Limosnero de la Reina, Pedro Díaz de Toledo, que documentan cada maravedí entregado a los pobres en nombre de la reina a lo largo del camino.
Los reyes partieron en primavera, a través de lo que hoy es el Camino de Levante. Durante su viaje, la reina combinó la devoción religiosa con la administración del reino, celebrando audiencias y resolviendo conflictos en las poblaciones que visitaba.
Al llegar a Santiago, Isabel y Fernando cumplieron con todos los rituales propios del peregrino. La reina realizó su entrada en la catedral con la humildad característica de los devotos, dedicó largas horas de oración ante la tumba del Apóstol, participó fervorosamente en la misa del peregrino y dejó para la catedral valiosas ofrendas que engrosaron el tesoro compostelano. Además, dispuso que se construyera el hospital de peregrinos más moderno de la época, junto a la catedral de Santiago.
Guadalupe, la joya de la Corona
Pero si algún santuario ocupó un lugar privilegiado en el corazón de Isabel, éste fue el Monasterio de Santa María de Guadalupe, en Cáceres. Las al menos diecisiete visitas documentadas al santuario extremeño revelan una relación excepcional entre la reina y este centro de devoción mariana, que se extendió a lo largo de todo su reinado.
La primera visita significativa de Isabel a Guadalupe tuvo lugar en 1464 y por motivos poco agradables para ella: su hermano el rey Enrique buscaba casarla contra su voluntad con el heredero de Portugal. Pero a pesar de las circunstancias, a Isabel le enamoró el Santuario para siempre. La futura reina buscó la protección de la Virgen de Guadalupe, estableciendo un vínculo que mantendría incluso después de su muerte.
Volvió allí en los momentos más importantes de su reinado: Tras la conquista de Granada en 1492, realizó una peregrinación de acción de gracias, ofreciendo a la Virgen varios trofeos de la victoria. Acudió a Guadalupe antes y después de acordar el viaje de Colón, convirtiendo al monasterio en testigo privilegiado de los momentos que cambiarían la historia de España y América. Y finalmente, encargó a los Jerónimos de Guadalupe que custodiaran su testamento después de su muerte.
Las visitas de la reina a Guadalupe seguían un patrón característico. Solía llegar acompañada de un séquito reducido, buscando momentos de verdadera intimidad espiritual. Se alojaba en la cercana granja-palacio de Mirabel con los suyos, y desde allí accedía al monasterio por la que hoy es una ruta de senderismo que lleva su nombre.
Durante sus estancias, Isabel participaba activamente en la vida religiosa del monasterio. Asistía a los oficios divinos con la comunidad, pasaba largas horas en oración ante la imagen de la Virgen y mantenía conversaciones espirituales con los monjes jerónimos. La documentación del monasterio registra cómo la reina mostraba especial interés por el hospital de Guadalupe, uno de los más importantes de la época, y por la labor social que los monjes realizaban.
La generosidad de Isabel hacia Guadalupe fue extraordinaria. En cada visita, la reina aportaba valiosos presentes: ornamentos litúrgicos, joyas para la Virgen, tapices y objetos preciosos que enriquecieron el tesoro del monasterio. Entre sus donaciones más notables destacan varios conjuntos de vestiduras litúrgicas bordadas con oro y piedras preciosas, y un magnífico terno que había pertenecido a su guardarropa personal.
Las visitas de Isabel fomentaron que Guadalupe se convirtiera en un centro espiritual de primer orden para la monarquía hispánica. Su ejemplo fue seguido por sus sucesores, estableciendo una tradición de devoción real hacia la Virgen de Guadalupe que se mantendría durante siglos.
Reina peregrina
Las peregrinaciones de Isabel la Católica dejaron una huella profunda en la historia de España. Su devoción personal fortaleció tanto la tradición jacobea como el culto guadalupano. El modelo de religiosidad que establece, combinando la devoción personal con el ejercicio del poder político, influyó decisivamente en la concepción de la monarquía hispánica.
Sus viajes como peregrina, especialmente sus frecuentes visitas a Guadalupe, no solo fortalecieron su imagen como reina católica, sino que también contribuyeron a la consolidación territorial y espiritual de los reinos que gobernaba. Su ejemplo estableció un precedente que influiría en la monarquía española durante siglos: fue tradición de los reyes de España ir de peregrinación a Guadalupe, en el itinerario que hoy es el Camino Real. ¡Descúbrelo por ti mismo!