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Liébana, el valle inaccesible donde se dibujó el Apocalipsis

Aún hoy la carretera de entrada al valle de Liébana, en Cantabria (norte de España), causa impresión al atravesar el escarpado desfiladero de la Hermida, con el río Deva a los pies. Una belleza salvaje que el célebre pintor paisajista flamenco Carlos de Haes (s. XIX) dejó plasmada en varias de sus obras. Parece que las escarpadas montañas vayan a desplomarse sobre el caminante en cualquier momento, con paredes casi verticales que hoy son la delicia de escaladores y expertos de la montaña. El valle, pacífico y fértil, está rodeado de montañas y tiene a sus espaldas los imponentes Picos de Europa.

Si viajar hoy con modernos medios de transporte no es fácil, imaginemos cómo debía ser en la Antigüedad o en la Edad Media. La mitad del año seguramente sería complicado por la nieve; la otra mitad, por la amenaza de las fieras salvajes o, según la época, de las tribus cántabras.

Y sin embargo, Liébana es una de las pocas ciudades santas y metas de peregrinación de la Cristiandad, como Roma o Jerusalén. Lo que significa que miles de personas en todas las épocas afrontaban el difícil paso de las montañas para llegar a ella, y que a la vez, Liébana ha estado conectada casi de forma ininterrumpida con el resto del mundo. Solo así se explica que sorprendentemente, uno de los primeros libros best seller de la Historia saliera de este lugar.

Liébana, lugar de resistencia

Precisamente por su inaccesibilidad, Liébana ha sido durante siglos sinónimo de resistencia. En sus montañas resistieron las tribus cántabras a los romanos durante siglos. También una leyenda dice que don Pelayo, el héroe hispano que derrotó a los musulmanes en Covadonga, nació por estas tierras, entonces consideradas reino de Asturias. Parece ser que también en ellas murió su hijo, el rey Fávila, devorado por un oso gigantesco.

Pero el valle de Liébana, con su paz y benévolo microclima, parecía un lugar perfecto para alejarse del mundo. Hasta una docena de pequeños conventos (cenobios) llegó a haber en el valle en el siglo VIII. Entre ellos destaca pronto el de san Martín de Turieno, rebautizado luego como santo Toribio. Se refiere a Toribio, según la tradición, obispo de Astorga en el siglo V, quien logró traer de Jerusalén a su sede episcopal el trozo más grande conocido de la Cruz de Cristo, redescubierta un siglo antes por santa Elena.

 

Los dos lugares en que España custodia trozos de la Cruz de Cristo

 

Cuando los musulmanes invadieron imparables la Península Ibérica en el año 711, Liébana volvió a convertirse en núcleo de resistencia, y de refugio para los cristianos que huían. Las numerosas reliquias cristianas que había en el país fueron llevadas a lugares inaccesibles, como sucedió con el Sudario en Oviedo o con el Grial en los Pirineos. Así, el Lignum Crucis custodiado en Astorga fue llevado a Liébana y dejado bajo custodia de la floreciente comunidad monástica.

Y como era de esperar, la presencia de la Cruz en el remoto valle se convirtió en un imán para los peregrinos – hecho favorecido por su situación geográfica, cerca del Camino de Santiago, entre el Francés y el del Norte –. Se le llama Camino Lebaniego, y tiene cuatro itinerarios; el más conocido, el vadiniense, era el que solían usar los peregrinos que aprovechaban el viaje para visitar de una vez ambos lugares. Se sabe que incluso el mismo san Francisco de Asís pasó por Liébana en al menos una ocasión.

El Apocalipsis y la tumba de Santiago

En esos años oscuros de invasiones y pérdidas, un brillante monje teólogo conocido como Beato, tomó la bandera de la resistencia espiritual, y luchó contra la corriente adopcionista de muchos cristianos mozárabes en territorio musulmán. Éstos estaban tentados de rebajar a Cristo a la categoría de “héroe al estilo griego” para no tener que reconocer su divinidad (y hacer de paso más llevadera su propia situación de dimmies – personas no musulmanas protegidas a cambio de impuestos – en el Emirato de Córdoba). El asunto llegó hasta la misma corte de Carlomagno, quien convocó el concilio de Francfort en el año 794 para dar su apoyo al monje.

Tomando la pluma – y la imaginación –, Beato compuso una de esas obras que ha pasado a la historia mundial, el Comentario al Apocalipsis, el primer best seller de la Edad Media. Aunque no se conserva el original, existen al menos 24 copias hechas a mano del libro por toda Europa. Una obra de altísima erudición teológica llena de sorprendentes miniaturas que intentaban explicar el libro más enigmático de la Biblia. Y lo que es más importante, una obra que anunciaba a los cristianos el triunfo final contra “los reinos de este mundo”. Cosa que en el siglo VIII era bien difícil de pronosticar.

No es casualidad que Jacques Fontaine, uno de los mayores expertos en Antigüedad Tardía y Medieval, calificara la obra de Beato como el “evangelio de la esperanza” de los cristianos mozárabes. Lo más llamativo de sus ilustraciones, señalaba Fontaine, es que a pesar de las bestias apocalípticas y de los monstruos, las figuras humanas en general trasmiten una sensación de serena contemplación.

 

Beato de Liébana
Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Beato de la Universidad de Valladolid del siglo x.

 

Beato dejaría un importante legado más, aunque no llegaría a verlo en vida: Se le atribuye la creación en el año 785 del himno litúrgico mozárabe O dei verbum, en el que por primera vez llama a Santiago patrono de España. El himno pronto se cantaría en todas las iglesias de la península, en el norte y en el sur.

Oh, muy digno y muy santo Apóstol [Santiago],
dorada cabeza refulgente de Hispania,
defensor poderoso y patrón especialísimo
asiste piadoso a la grey que te ha sido encomendada

El combativo monje moriría en el año 798, y en el año 813, el obispo de Iria Flavia anunciaba al mundo el descubrimiento de la Tumba del Apóstol en Compostela. Santiago, por tanto, se convertiría en símbolo de renacimiento y de esperanza no sólo para los cristianos mozárabes, sino para toda Europa.

¿Quién hizo por primera vez el Camino de Santiago?

Hoy, el Monasterio de Santo Toribio está gestionado por una comunidad de frailes franciscanos, la misma orden religiosa que en Tierra Santa custodia el Santo Sepulcro donde se encontró la cruz. Y hoy como ayer, sigue siendo un lugar que ayuda a la paz y a la contemplación, en medio de las agrestes montañas.

 

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