“Yo soy la única mujer aquí”
Con estas palabras, la propia Virgen María, según la tradición, impidió el paso a la emperatriz Pulqueria, hermana de Teodosio II, cuando ésta intentó visitar el Monte Athos, desafiando el avaton, la prohibición de la entrada a las mujeres, a la república monástica más inexpugnable de Europa. No solo mujeres: tampoco no cristianos, ni, hasta hace veinte años, catalanes…
En el extremo noreste de Grecia, emergiendo como un dedo de tierra que se adentra en el azul profundo del mar Egeo, se encuentra el Monte Athos, un lugar donde la geografía y la espiritualidad se entrelazan de forma inquebrantable, y donde las normas del mundo exterior parecen desvanecerse al cruzar sus fronteras.
Un lugar mítico

Antes de convertirse en el centro del monacato ortodoxo, el Monte Athos ya ocupaba un lugar destacado en la mitología y la historia de la antigua Grecia. Según la mitología griega, Athos era el nombre de uno de los gigantes que desafiaron a los dioses del Olimpo durante la Gigantomaquia.
Se dice que Athos arrojó una enorme roca contra el dios del mar, Poseidón, la cual cayó en el mar Egeo y formó la península que hoy conocemos como Athos. Otra versión de la leyenda sostiene que Poseidón utilizó la montaña para enterrar al gigante derrotado.
El Monte Athos también es mencionado en la Ilíada de Homero y por el historiador Herodoto durante la invasión de los persas, lo que indica su relevancia en la cultura griega antigua. Geógrafos e historiadores como Estrabón mencionan que en la península, entonces llamada Acte, existían varias ciudades griegas, entre ellas Dion, Cleonae, Thyssos, Olophyxos y Acrothoï, queincluso acuñaban su propia moneda.
Tras la muerte de Alejandro Magno, el arquitecto Dinócrates propuso esculpir el Monte Athos convirtiéndolo en una gigantesca estatua del rey macedonio, que sostuviera en una mano una ciudad y en la otra un cuenco que recogería las aguas de un río. Aunque este ambicioso proyecto nunca se llevó a cabo, refleja la importancia simbólica que el Monte tenía en la imaginación helénica.
El «Jardín de la Virgen»: La leyenda fundacional
¿Cómo se convirtió en lugar de retiro espiritual cristiano? Según la tradición ortodoxa, la Virgen María, navegando hacia Chipre para visitar a Lázaro, fue sorprendida por una tormenta que desvió su embarcación hacia la península del Athos. Maravillada por la belleza salvaje del lugar, elevó una oración a su Hijo:
«Que este lugar sea tu herencia y tu jardín, un paraíso espiritual para aquellos que buscan la salvación.»
Cristo concedió su petición, y desde entonces, el Monte Athos es conocido como el «Jardín de la Virgen». Es la única mujer que, simbólicamente, habita este territorio, lo que refuerza la naturaleza sagrada del avaton y la devoción de los monjes hacia María, considerada su protectora espiritual.
San Atanasio de Athos: El Padre del monacato athonita

Si la leyenda de la Virgen María consagró espiritualmente el Monte Athos, fue San Atanasio de Athos quien le dio forma como un bastión del monacato ortodoxo. En el siglo X, este monje visionario fundó el Monasterio de la Gran Laura en 963, estableciendo así las bases de la vida comunitaria athonita.
Hasta entonces, el Monte Athos había sido el refugio de anacoretas que vivían en soledad extrema, entregados a la oración y la contemplación. Sin embargo, Atanasio introdujo un modelo de vida cenobítica, basado en la convivencia fraterna, el trabajo manual, el estudio de las Escrituras y la oración colectiva.
Contó con el apoyo del emperador bizantino Nicéforo II Focas, su amigo personal, quien financió la construcción de la Gran Laura. Este monasterio no solo se convirtió en el más importante del Monte Athos, sino en el arquetipo del monacato ortodoxo, cuyas reglas y estructuras se replicaron en toda la península.
El legado de San Atanasio sigue vivo en cada rincón del Athos: en la arquitectura de los monasterios, en el eco de los himnos bizantinos y en la disciplina espiritual que ha perdurado durante más de mil años.
Geografía de un mundo aislado
El Monte Athos es la península más oriental de las tres que conforman Calcídica, en el noreste de Grecia. Se extiende a lo largo de unos 50 kilómetros, coronada por el imponente pico del Monte Athos, que se alza a 2.033 metros sobre el nivel del mar, como un vigía de piedra que ha contemplado el paso de imperios y civilizaciones.
Las laderas de Athos están salpicadas de 20 monasterios ortodoxos, algunos encaramados en acantilados vertiginosos que desafían la gravedad, mientras otros se esconden entre densos bosques de pinos, cipreses y robles. Entre estos monasterios, se extiende una red de ermitas, sketes (pequeñas comunidades monásticas) y celdas solitarias, donde los monjes viven en aislamiento absoluto.
El paisaje es una fusión de naturaleza salvaje y arquitectura espiritual: montañas que se sumergen en el mar, antiguos senderos que serpentean entre olivares y huertos, y el sonido constante del viento que parece susurrar oraciones ancestrales.

Un territorio fuera del tiempo
El Monte Athos no solo está separado del mundo moderno por sus leyes y tradiciones, sino también por su concepción del tiempo y el espacio. No se puede acceder por tierra; el único camino es el mar, desde el puerto de Ouranópolis, lo que transforma el viaje en una especie de rito de paso hacia lo sagrado.
Una vez dentro, el visitante entra en un mundo regido por normas ajenas al calendario civil: Los monjes siguen el calendario juliano, con un desfase de 13 días respecto al gregoriano utilizado en el resto del mundo.
Además, en algunos monasterios, el día comienza al atardecer, en lugar de la medianoche, lo que refleja una visión cíclica del tiempo, en sintonía con los ritmos de la naturaleza. La vida se organiza en torno a las oraciones diarias, conocidas como «horas canónicas», que dividen el día y la noche en ciclos de meditación, trabajo y descanso.
Este aislamiento temporal y geográfico crea la sensación de estar en un espacio fuera del resto del tiempo y donde la espiritualidad es la única brújula.
Prohibido mujeres y otras normas
Las mujeres tienen absolutamente prohibida la entrada a Athos. La estricta normativa del «avaton» no solo se aplica a las mujeres humanas, sino también a la mayoría de los animales hembras. Sin embargo, existen excepciones pragmáticas:
- Gatas: Aunque la norma prohíbe la presencia de mamíferos hembra, se permite la existencia de gatas debido a su papel crucial en el control de plagas, especialmente ratones, que podrían dañar los manuscritos sagrados y las reservas de alimentos.
- Gallinas ponedoras: Se autoriza la cría de gallinas, ya que los huevos son una fuente importante de proteínas en la dieta monástica.
Por el contrario, no hay vacas ni cabras hembras en la península, loque influye directamente en los hábitos alimenticios de los monjes.
Sólo pueden acceder hombres cristianos, hasta 100 si son ortodoxos y sólo 10 no ortodoxos. Hasta 2005 tampoco los catalanes podían entrar en Athos, debido a que mercenarios de esta región española saquearon los monasterios en el siglo XIV.
La vida en el Monte Athos está marcada por la ascesis, una filosofía que promueve la renuncia a los placeres mundanos en favor de la contemplación espiritual. Esta disciplina se refleja de forma evidente en la dieta monástica, basada en la simplicidad y la moderación.
Debido a la prohibición de mantener animales hembras como vacas o cabras, los monjes no consumen leche fresca de origen animal. Además, está prohibido el consumo de carne de animales terrestres. En su lugar, su alimentación se basa en productos de origen vegetal, acompañados ocasionalmente de pescado y mariscos.
Los monjes observan estrictas reglas de ayuno ortodoxo, que abarcan más de la mitad del año. Durante estos períodos, se abstienen de productos de origen animal, incluidos huevos y pescado, lo que refuerza su conexión con la espiritualidad a través de la disciplina alimentaria.
Un espacio de misterio y fe
Caminar por el Monte Athos es recorrer un mosaico de leyendas y espiritualidad. Se dice que algunos monjes han alcanzado un estado de santidad tan profundo que sus cuerpos no se descomponen tras la muerte. Las montañas resuenan con himnos bizantinos, y los bosques esconden eremitas que viven en soledad absoluta, ajenos al mundo exterior.
Athos no es solo un lugar; es un símbolo de resistencia espiritual, un faro de tradición en un mundo que cambia sin cesar. Un espacio donde la historia, la fe y el misterio se entrelazan, desafiando las fronteras del tiempo y la lógica.