En Polonia existe un pastel que, a simple vista, no destaca por su originalidad: dos capas de hojaldre, una crema delicada en el centro y una ligera capa de azúcar glas. Se llama kremówka, pero para millones de personas es la Papieszka Kremówka, el pastel del Papa. Un postre nacido en una antigua pastelería y que con el tiempo se ha convertido en símbolo de toda una nación.
Su secreto no está solo en la receta, sino sobre todo, en su historia. Una historia que comienza en una pequeña ciudad entre montañas, donde un joven estudiante, destinado a convertirse en el Papa Juan Pablo II, pasaba las tardes después de los exámenes escolares con sus amigos, saboreando una porción de hojaldre y crema.
Hoy, ese dulce es mucho más que un recuerdo: es un lazo afectivo entre generaciones, un fragmento de la memoria colectiva, un símbolo que une fe, cotidianidad y cultura popular.
Todo comienza en Wadowice
Wadowice es una localidad del sur de Polonia, rodeada de colinas verdes y arquitectura barroca. En los años treinta era un lugar tranquilo, con algunas tiendas, una escuela secundaria y una pastelería regentada por una familia austriaca: los Hagenhuber. Allí fue donde el joven Karol Wojtyła, estudiante de secundaria, solía comprar la deliciosa kremówka.
Tras cada examen importante, él y sus compañeros se reunían en la misma mesa para celebrarlo. Era un gesto simple: pedir una porción de su pastel favorito, charlar, reír, disfrutar del momento. Nadie imaginaba que, décadas más tarde, aquel pequeño ritual adolescente se convertiría en parte de la historia de un pontífice.

Un recuerdo que se convierte en leyenda
En junio de 1999, durante una visita oficial a Wadowice, el Papa Juan Pablo II volvió a hablar de su infancia. Frente a la multitud reunida en la plaza principal, evocó los lugares de su juventud: la iglesia, la escuela, los paseos por las calles del centro.
Luego, con el tono ligero de quien recuerda con cariño un detalle del pasado, dijo:
“Después de los exámenes finales, íbamos a comer kremówki. Una vez comí dieciocho. No me hicieron daño. ¡Y ni siquiera tenían alcohol, como creían algunos!”
La frase provocó la risa del público. Los medios la difundieron de inmediato. Al día siguiente, no se hablaba de otra cosa en toda Polonia. Había nacido el pastel del Papa. Aquella breve anécdota, contado sin pretensiones, encendió una chispa en los corazones de millones de personas. El pasado del pontífice, tan humano y cercano, se encarnó en un dulce que cualquiera podía probar.
De postre local a fenómeno nacional
En pocas semanas, la kremówka se convirtió en un fenómeno. Pastelerías de todo el país empezaron a ofrecerla con el nombre de Papieszka Kremówka, decorando los escaparates con citas del Papa e imágenes del joven Karol. Algunos intentaron enriquecerla con licor, frutas o cobertura de chocolate. Otros prefirieron seguir la receta tradicional: hojaldre ligero, crema sencilla y azúcar por encima.
El turismo en Wadowice se disparó. Además de la casa natal del Papa o la basílica donde fue bautizado, los peregrinos comenzaron a buscar en las pastelerías la kremówka, para saborear ese pedacito de historia tan querido por San Juan Pablo II. Desde aquel ya lejano 1999, el pastel forma parte esencial de la identidad local, no solo como una especialidad gastronómica, sino como un auténtico emblema cultural.
Entre versiones modernas y respeto por la tradición
No existe una única receta para la kremówka. Cada pastelero ofrece su propia interpretación, a menudo influenciada por gustos regionales. Hay quienes la preparan con una crema ligera de vainilla y nata montada; otros optan por un relleno más denso, similar a la crema pastelera. Algunos añaden aromas como ron o ralladura de limón. Otros la sirven fría, casi como un semifrío, para resaltar la textura de la crema.
La dificultad está en encontrar el equilibrio justo entre el hojaldre y el relleno. La base debe ser crujiente pero firme, la crema suave pero no líquida. Es un reto técnico que requiere experiencia. Y es precisamente esa aparente sencillez la que ha conquistado a generaciones de pasteleros y amantes del dulce.
A pesar de las muchas reinterpretaciones, la más querida sigue siendo la que nos transporta a los años 30, a aquella mesa de pastelería donde un joven Karol compartía risas y dulces con sus amigos.

Un símbolo familiar
Con el tiempo, la Papieszka Kremówka se ha convertido en un referente emocional. El pastel evoca la imagen de un adolescente corriente, con sus costumbres, sus antojos y su alegría de vivir. Un muchacho como tantos, que después seguiría un camino extraordinario.
Por eso, el dulce ha trascendido las vitrinas. Ha llegado a las escuelas, donde se organizan talleres de cocina en su honor. A las familias, que lo preparan para conmemorar al Papa. A los relatos de los abuelos, que lo usan para transmitir un pedazo de historia a los más pequeños.
En 2019 se propuso oficialmente declarar la Papieszka Kremówka como bien inmaterial del patrimonio cultural polaco. No por su valor gastronómico, sino por el papel que ha asumido en el tejido social del país.
También en internet
El interés por el pastel del Papa se refleja también en la web. Cada año, en mayo —coincidiendo con el aniversario del nacimiento de Juan Pablo II— aumentan notablemente las búsquedas en Google de términos como “Papieszka Kremówka”, “dulce Papa Wojtyła” o “receta tarta Wadowice”.
Blogs y canales de YouTube ofrecen versiones caseras, tutoriales paso a paso y videos que relatan la historia del pastel. En Instagram se multiplican las fotos con el hashtag #kremówka, mientras que en TikTok se ha hecho viral el reto de comerse dieciocho porciones, como hizo (o dijo haber hecho) el Papa.
El fenómeno digital ha alargado la vida de esta tradición, manteniéndola viva entre las nuevas generaciones.
Cuando un detalle se convierte en cultura
La historia de la Papieszka Kremówka demuestra cómo un detalle aparentemente insignificante puede adquirir un gran significado. No se trata de un acto solemne ni de una declaración institucional. Es solo una porción de pastel, una risa, un recuerdo. Y precisamente por su sencillez, aquella frase del Papa quedó grabada en la memoria colectiva.
A día de hoy, en Wadowice se sigue preparando la kremówka. Los turistas entran en las pastelerías para probarla, movidos por la curiosidad o la devoción. Algunos la comen para honrar un recuerdo, otros para sentirse parte de una tradición, otros simplemente por el placer de saborear un buen dulce. Pero en cada porción hay algo más: una huella de vida, un fragmento de humanidad, una historia real.
No hacen falta dieciocho porciones para entenderlo. Una es suficiente.