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¿Quién hizo por primera vez el Camino de Santiago?

A la corte del rey llega una extraordinaria noticia: en una visión sobrenatural, un ermitaño de nombre Pelayo ha visto unas luces como estrellas posarse en algún lugar del campo cerca de Iria Flavia, y el arzobispo Teodomiro certifica que se trataba de la Tumba del Apóstol Santiago.

Es uno de los doce Apóstoles de Cristo, la tradición dice que evangelizó Galicia y que aquí trajeron su cuerpo decapitado en el siglo I, desde el puerto de Jaffa, en Israel. Que se encontrara su tumba justo en el momento en que los cristianos españoles habían empezado a invocarle ante el empuje de los mahometanos… parecía el timing perfecto.

Antiguo puerto de Jaffa

 

¿Será una señal divina en estos tiempos tan difíciles? El rey Alfonso II escoge a prohombres de la corte y se embarca en un difícil viaje para comprobar el milagro por sí mismo. Convencido de lo que ha visto, hace extender la noticia, especialmente al emperador del Sacro Imperio, Ludovico Pío. Pronto, peregrinos francos, gracias a la alianza política forjada con el reino de Alfonso, empiezan a cruzar los Pirineos. Y no han dejado de hacerlo desde entonces.

La gesta del rey dará origen al primer Camino de Santiago, el llamado Primitivo, por tierras asturianas y gallegas. Un Camino que hoy vuelven a recorrer muchos, buscando una ruta menos conocida y más solitaria que el Camino Francés, pero extraordinariamente bella y rica en significado.

La fascinante historia de la primera peregrinación a Santiago ha inspirado más de una novela, como La Peregrina, de la escritora española Isabel San Sebastián. ¿Pero quién era este rey peregrino, en realidad?

El misterioso rey que no iba con mujeres

Obviamente, en la investigación académica es difícil hallar pruebas concluyentes, y más cuando han pasado más de mil años de los hechos. De Alfonso II no se tienen muchos documentos que se puedan considerar originales de su reinado, apenas tres. Los otros son crónicas posteriores, elaboradas incluso siglos más tarde.

Libro de los Testamentos de la Catedral de Oviedo

 

Se sabe que tuvo una infancia muy complicada: hijo del rey Fruela y de una importante mujer de las tribus semipaganas astures llamada Munia (probablemente intercambiada como alianza de paz), fue recluido en el monasterio de Samos con apenas 7 años para salvar su vida, después de que su padre fuera asesinado por otros nobles, y su madre huyera para evitar la muerte.

Estamos en el siglo IX, una de las épocas más oscuras de la Edad Media. El reino asturiano era lo poco que sobrevivía de la Hispania cristiana, y tenía por un lado sus propias divisiones internas, y por otro, el acoso de las tribus de la montaña y las aceifas (razzias) musulmanas, que arrasaban poblados y se llevaban cautivos (sobre todo mujeres) al sur.

Se ha especulado mucho sobre las razones que llevaron a Alfonso II a evitar el contacto con mujeres y a morir sin heredero. No debía ser un hombre pusilánime ni estar enfermo: en su reinado (bastante largo, duró más de 50 años) organizó varias campañas militares exitosas. Soportó dos intentos de arrebatarle el trono, y a diferencia de su padre, murió anciano y en paz.

Fue un gobernante astuto y con sólida formación intelectual, que supo hacer alianzas importantes, que reorganizó la ciudad de Oviedo y que dejó, en definitiva, el reino en mucha mejor situación que lo encontró. Lo que sí se sabe es que estimaba muchísimo los monasterios, que llevaba una vida de profunda piedad personal, y que quizás la vida monacal hubiera sido su elección. 

¿Y qué encontró al final del Camino?

No hay crónicas que expliquen por dónde viajó el rey Alfonso con su séquito para llegar a Santiago, pero los historiadores concuerdan en que habría partido de Oviedo, y que habría seguido las vías romanas que aún estaban en uso en aquella época: la que unía Lucus Asturum (actual Lugo de Llanera) con Lucus Augusti (Lugo), y de ahí la vía XIX que unía Lugo con Braga pasando por Iria Flavia.

Hoy, el peregrino entra en Santiago y camina entre callejuelas hasta llegar a la plaza del Obradoiro, para subir las escaleras y entrar por la puerta barroca a abrazar al Apóstol. Pero donde llegó el rey Alfonso fue un lugar mucho más humilde: Un ediculo o panteón pequeño funerario de la época romana, con un altar y arcos de mármol, con la tumba en su interior.

Pues en nuestros días nos ha sido revelado el preciado tesoro del bienaventurado Apóstol, es decir su santísimo cuerpo. Al tener noticia de lo cual, con gran devoción y espíritu de súplica, me apresuré a ir a adorar y veneré tan precioso tesoro, acompañado de mi corte, y le rendimos culto en medio de lágrimas y oraciones como Patrón y Señor de España, y por nuestra propia voluntad, le otorgamos el pequeño obsequio antes referido, y mandamos construir una iglesia en su honor (Alfonso II el Casto, 4 de septiembre del 834)

Así que el rey Alfonso mandó construir una primera iglesia (casi una ermita) que protegiera el hallazgo. Duró poco, porque ante la avalancha de peregrinos que se produjo en pocos años, su sucesor Alfonso III mandó sustituirla por una más grande, que fue a su vez destruida por Almanzor, y reconstruida finalmente hasta el templo actual.

Catedral de Santiago de Compostela

¿Queda algo del hallazgo original? En 1879, el entonces arzobispo de Santiago, Miguel Payá y Rico, mandó excavar el altar mayor para unas obras de reforma y encontró las primitivas bóvedas, con su altar y una urna con restos humanos. Se pudo encontrar de nuevo gracias a que Alfonso II hizo que su primera iglesia se construyera respetando el sepulcro original.

Payá encargó a la Universidad de Santiago analizar los restos, y sus conclusiones fueron enviadas al Papa León XIII, quien en 1884 proclamó la Bula Deus Omnipotens, anunciando a todo el mundo que, efectivamente, el apóstol Santiago se encontraba allí, e invitando a volver a peregrinar.

Camino Primitivo

 

 

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