En el corazón de Buenos Aires, entre calles arboladas y esquinas silenciosas del barrio de Flores, se dibuja un itinerario que conecta pasado y presente, lo íntimo y lo universal. Se trata del Circuito Papal, un recorrido por los lugares que marcaron la vida temprana de Jorge Mario Bergoglio antes de convertirse en el Papa Francisco, una figura que trascendió fronteras para convertirse en símbolo global de sencillez, compasión y reforma.
Desde que en marzo de 2013 el arzobispo de Buenos Aires fue elegido Papa, la curiosidad y el afecto de miles de personas transformaron su modesta historia porteña en un camino de peregrinación. No es un recorrido monumental ni revestido de pompa; es más bien una invitación a caminar por escenarios cotidianos donde la espiritualidad se mezcla con la vida común.
El barrio de Flores: la cuna del pontífice
Flores no es solo un punto geográfico; es el paisaje emocional de Francisco. Aquí nació en 1936, aquí creció entre partidas de fútbol y clases escolares, y aquí también descubrió el llamado a su vocación sacerdotal. El barrio, situado en el oeste de la ciudad, aún conserva el ritmo tranquilo de una Buenos Aires de otra época, donde las panaderías y las parroquias siguen marcando la vida del vecindario.
En este entorno urbano, humilde y popular, se encuentra el inicio del Circuito Papal, que hoy es visitado por creyentes, turistas y curiosos que desean conocer de cerca los orígenes del Papa.
Membrillar 531: la casa donde todo comenzó
El primer punto del recorrido es la vivienda ubicada en la calle Membrillar 531. Allí vivió Jorge Bergoglio durante sus primeros años, en una familia de origen italiano, profundamente católica y trabajadora. La casa no está abierta al público, pero su fachada se ha convertido en una parada obligatoria, cargada de emoción para muchos visitantes que se detienen a contemplar el lugar donde nació una vocación que cambiaría la historia de la Iglesia.
Basílica San José de Flores: el día del llamado
Sin duda, el sitio más significativo del Circuito Papal es la Basílica San José de Flores. No se trata solo de un templo arquitectónicamente notable, sino del lugar donde, según el propio Francisco, todo cambió para él. Fue el 21 de septiembre de 1953, cuando tenía 17 años, que entró para confesarse y sintió por primera vez de manera clara que debía consagrar su vida a Dios.
El relato del propio pontífice ha sido clave para darle valor espiritual a este sitio. “Algo raro me pasó en esa confesión. No sé lo que fue, pero me cambió la vida”, diría años después. Esa transformación interior, gestada en una parroquia de barrio, sigue inspirando a quienes la visitan.
Escuela N° 8 Cornelio Saavedra: el comienzo del aprendizaje
Otro punto del recorrido es la Escuela Primaria N° 8, donde cursó sus primeros años de formación. Aquí aprendió a leer, escribir y pensar; herramientas fundamentales que luego aplicaría en su carrera eclesiástica, pero también en su particular estilo pastoral, donde el lenguaje simple y directo se convirtió en una marca registrada.
María Auxiliadora y el sello salesiano
La Parroquia María Auxiliadora y su colegio adyacente fueron también parte importante en la formación de Bergoglio. Como alumno de esta institución salesiana, absorbió valores que marcaron su modo de ejercer la autoridad y de relacionarse con la juventud. La pedagogía salesiana, centrada en la cercanía afectiva y la promoción integral del joven, dejó una impronta profunda en su visión de la Iglesia como casa abierta para todos.
Nuestra Señora de la Misericordia: adolescencia y comunidad
Durante la secundaria, Jorge Mario asistió al Instituto Nuestra Señora de la Misericordia, también en el barrio. Este espacio, menos conocido por el gran público, representa sin embargo una etapa clave de consolidación de su fe, y una vinculación más intensa con la vida comunitaria y parroquial.
Anécdotas, rincones y frases inolvidables
Más allá de los lugares institucionales, el Circuito Papal también incluye espacios informales: cafés donde Bergoglio leía o se encontraba con amigos, librerías que frecuentaba, y bancos de plaza donde —según cuentan los vecinos— se sentaba a reflexionar o simplemente a observar la vida pasar.
Varias frases que lo hicieron célebre resuenan en estos rincones: “Recen por mí”, “Prefiero una Iglesia accidentada por salir a la calle, que enferma por encerrarse”, o “La realidad se entiende mejor desde la periferia”. Todas nacidas de una espiritualidad encarnada, tejida con la vida misma, tal como lo fue su paso por estas calles.
Un recorrido espiritual, pero también urbano y social
El Circuito Papal no es un simple paseo biográfico. Es una propuesta de turismo espiritual urbano que combina fe, memoria e identidad. La ciudad de Buenos Aires lo ha integrado a su oferta turística formal, con visitas guiadas que permiten recorrerlo a pie, conocer historias locales y conectar la experiencia religiosa con el entramado barrial.
Para muchos, recorrer estos espacios no es solo una oportunidad para conocer más sobre el Papa Francisco, sino para reflexionar sobre la posibilidad de que lo trascendente se revele en lo cotidiano. Es también una oportunidad para ver cómo un barrio como Flores, tan representativo de la clase media argentina, puede ser semillero de una figura universal.
El valor de lo simple: un mensaje que perdura
Lo que hace especial al Circuito Papal es precisamente su sencillez. No hay monumentos deslumbrantes ni vitrinas doradas. Lo que hay son casas modestas, patios escolares, bancos de iglesia y relatos compartidos. Pero en esa sencillez se cifra el mensaje que Francisco ha querido transmitir desde el primer día de su pontificado: el Evangelio vive en lo simple, en el gesto cotidiano, en el diálogo sincero y en la apertura al otro.
Visitar el Circuito Papal en Buenos Aires es recorrer no solo los lugares de la infancia de un pontífice, sino las calles donde germinó una espiritualidad abierta, popular y profundamente humana. Un camino que sigue invitando a miles de personas a caminar con los pies en la tierra, pero con la mirada puesta en lo alto.